Polvo en el aire, risas de niños, el sonido de un balón golpeando contra el suelo. Este no es un simple juego; es el escenario donde Alexander Ramírez, un joven estudiante en el Telebachillerato Comunitario Núm. 11 de Acambay, Estado de México, decidió librar su propia batalla contra un enemigo devastador: el consumo de drogas entre los jóvenes de su comunidad.
Alexander vio de cerca cómo algunas sustancias comenzaban a arruinar las vidas de sus amigos y vecinos. El problema no era exclusivo de su comunidad; era algo que se repetía en muchas zonas aledañas. Jóvenes, como él, se veían atrapados en un ciclo de consumo, en un intento desesperado por encajar o por escapar de sus problemas. En lugar de rendirse ante esta realidad, Alexander decidió enfrentarla de frente.
Para Alexander, la solución estaba clara y era tan sencilla como poderosa: el deporte. A sus 16 años, había notado que, en su escuela, el deporte era una actividad recreativa y un verdadero salvavidas emocional.
Con esta convicción, comenzó a organizar jornadas deportivas, primero en su plantel y luego en la comunidad. La idea era simple: unir a la gente a través del juego, crear lazos de amistad y ofrecer una alternativa saludable al ocio destructivo.
Alexander no estaba solo en esta misión. Su familia fue su primer apoyo, respaldándolo en cada paso. Luego, sus docentes, tanto del Telebachillerato como de su educación básica, se sumaron al proyecto, reconociendo el valor de su iniciativa. Con el entusiasmo de sus compañeros de clase, Alexander organizó las jornadas, habló con las personas de su comunidad y, poco a poco, más jóvenes se unieron a jugar. Lo que comenzó como un pequeño esfuerzo, se convirtió en un movimiento que empezó a cambiar la dinámica social del lugar.
Al principio, muchos veían a Alexander y su equipo como simples jóvenes que querían llamar la atención. No comprendían del todo la importancia de las jornadas deportivas ni el impacto que podían tener. Además, organizar estos eventos requería tiempo y dedicación, algo que Alexander y sus compañeros a veces tenían escaso debido a sus responsabilidades personales y escolares.
Pero Alexander no dejó que estos obstáculos lo desanimaran. Con perseverancia y mucho trabajo en equipo, superaron las dificultades. Poco a poco, la gente comenzó a entender la verdadera intención detrás de las jornadas: no era solo jugar, Alexander vio cómo, a través del juego, las personas comenzaban a construir nuevas amistades, a encontrar soluciones a sus problemas y a fortalecerse mutuamente. “Ese era mi objetivo: que las personas se unieran para ser mejores en sociedad”, resalta con una sonrisa.
Inspirados por el impacto, más personas en la comunidad comenzaron a tomar iniciativas propias. Algunos se acercaron a los niños más pequeños para enseñarles actividades nuevas, mientras que otros empezaron a involucrarse en proyectos comunitarios. Lo que comenzó con un balón y un par de partidos, se convirtió en un cambio de actitud y vida de las personas de la comunidad.
Alexander sabe que aún queda mucho por hacer, pero está seguro de una cosa: “Todos tenemos algo que aportar a la sociedad”. Y tiene razón. Con cada partido, Alexander continúa construyendo un futuro más brillante para su comunidad, uno en el que el balón siempre estará en juego, y donde cada pase cuenta para ganar.