Hay algunas cosas que se entretejen. El hilo y la tela, los árboles de ocote y los caminos, las oportunidades y los desafíos, como en la historia de Ángel Cruz. Nuestro protagonista debió abandonar la preparatoria, empujado por circunstancias que escapaban a su control. Para él, dejar la escuela fue un golpe duro, pero no un golpe final.
Después de un tiempo trabajando, Ángel, a los 17 años, encontró una puerta abierta cuando un familiar lo invitó a retomar sus estudios en el Telebachillerato Comunitario Núm. 174, en San Juan Daxthi, Estado de México. La emoción de volver a estudiar se mezcló con una nueva preocupación al ver que muchos de sus nuevos compañeros, igual que él antes, estaban a punto de abandonar la escuela por falta de recursos económicos. La semilla del cambio estaba plantada, y Ángel decidió que esta vez no sería solo un espectador.
Ángel recordó algo que su abuela solía hacer: artesanías con fibras vegetales que caían naturalmente de los árboles. En la escuela, todos los estudiantes debían proponer un proyecto comunitario. Ángel propuso un proyecto basado en la producción y venta de artesanías ecológicas, sabiendo que esas fibras, delgadas pero resistentes, podrían transformarse en una fuente de ingresos para sus compañeros.
Con una aguja, fibras de ocote y la técnica que aprendió observando a su abuela, Ángel creó una oportunidad. La propuesta ganó por un estrecho margen, y así comenzó el viaje.
Al inicio el grupo estaba dividido; algunos no confiaban en la viabilidad del proyecto. Las y los maestros, confiando en el potencial de la idea de Ángel, organizaron una capacitación. Fue como si, de repente, los hilos dispersos comenzaran a tejerse. Con cada puntada, los estudiantes aprendían una nueva habilidad y construían un sentido de comunidad.
Entonces, la magia sucedió. Cuando juntaron un buen número de artesanías, comenzaron a venderlas en el pueblo cercano de Jilotepec. Las manos que antes conocían deudas ahora sostenían ingresos suficientes para seguir estudiando. Lo que empezó como un proyecto escolar se transformó en una red de apoyo comunitaria. Familiares y vecinos comenzaron a involucrarse con entusiasmo.
Eso sí, también hubo días en los que la organización fallaba, cuando los estudiantes que debían vender en la tarde no asistían o cuando tuvieron problemas con la recolección de la materia prima. A pesar de todo, Ángel y su equipo no se rindieron. Cada reto superado era un paso más hacia la consolidación de su proyecto bautizado como "Ecoxar TBC".
Hoy, las artesanías siguen siendo una fuente de ingresos y orgullo para la comunidad. Lo que comenzó como una pequeña chispa en la mente de un joven que había abandonado la escuela se convirtió en un faro de cambio. Ángel, junto con su equipo, demostró que cuando se entrelazan esfuerzos, se puede tejer un futuro mejor, fibra por fibra.